Que piel tan suave. Es la piel más suave que jamás he
tocado. Igual es porque nunca había tocado a una mujer de esta forma. Es como
acariciar la porcelana, lisa, sin imperfecciones. No creo que sea consciente de
la piel tan maravillosa que tiene. Ni de lo increíblemente hermosa que se le ve
con esta luz. ¿Cómo puede una mujer públicamente heterosexual follar de esa
manera con otra mujer? No me lo explico. ¿Cómo he podido hacerlo?
Lo cierto es que no he pegado ojo. Ella, nada más terminar
ha caído rendida y yo, solo he podido contemplar como duerme. Creo que estoy en
una película o en un sueño, del que pronto me despertaré. Pero vuelvo a
recordar como su mirada se clavaba en mi sien en aquel restaurante, cómo una
energía descomunal me acercaba a ella en los baños y como mi número fue a parar
a su móvil mientras volvía a la mesa con mi acompañante esperándome. Y aún no sé
porqué, nada más recibir un mensaje suyo me busqué una escusa para irme pronto
a casa y dejar a Santi plantado con las entradas del cine.
Cuando llegué a mi casa allí estaba, sentada en el portal
esperándome, y brindándome con una sonrisa nada más verme. El ascensor,
gigante, se nos hizo pequeño. Entramos ya medio desnudas por la puerta de mi
casa, y no dio tiempo a llegar a la habitación. Allí mismo en mitad del
comedor, acomodadas en la alfombra, noté por primera vez como sus dedos
revoloteaban en mi interior provocándome escalofríos de placer. Su lengua
invadía mi clítoris bruscamente. Lo succionaba, lo mordía y lo frotaba una y
otra vez mientras yo me debatía entre si aquello estaba, bien o no. Fue ella,
pareciendo ser una adivina quién me dijo entre gemidos que me dejara llevar. Y
así lo hice. Nunca en mis 20 años de relaciones sexuales, había tenido un
orgasmo de aquella magnitud.
El problema vino cuando tuve que coger las riendas de la
situación. Yo temblaba, nunca había tocado una vulva de esa manera salvo la mía.
¿Lo estaré haciendo bien? Me preguntaba una y otra vez. Pronto descubrí que sí,
cuando una oleada de electricidad invadió su cuerpo. Se retorcía, convulsionaba
y gemía ruidosamente, provocando otra ola de placer a mi sexo, cuando aún no se
había secado del todo.
Fuimos a la cama besándonos por todo el recorrido. Y me preguntó
si tenía algún juguetito. Asentí y saque del cajón de la mesita a Alfonsito,
como a mí me gustaba llamarlo. Era largo, ancho y duro y en su modo más leve
hacía temblar de placer hasta mis pestañas. Me ruboricé cuando ella lo encendió
y su sonrisa se hizo más amplia y pícara. Me hizo tumbarme boca arriba mientras
besaba y pellizcaba con los dientes mis pezones y acariciaba con Alfonsito mi
clítoris. Yo me retorcía del placer pero a ella no parecía intimidarla nada.
Metió el vibrador lentamente en mi
interior haciéndome sentir llena. Jugó con él y mi sexo hasta que estallé con
otro orgasmo demoledor.
Ella se incorporó y se subió encima de mí con Alfonsito aún
en mi interior. Y como si estuviera penetrándome empezó a frotarse contra mí.
Yo no dejaba de temblar. ¿Se podía recibir más placer aún? Ella gemía rozando
su clítoris con el mío, y yo me esforzaba por no gritar de placer. Juntas nos
rompimos en mil pedazos para acabar abrazadas y sin aliento. Alfonsito seguía
con lo suyo haciendo que mi excitación no se apagara. Me incorporé y puse a esa
mujer de piel aterciopelada tumbada en mi cama. Le separé las piernas y hundí
mi cara en su sexo. El deseo y la excitación habían invadido mi cuerpo de tal
forma que yo no era dueño de él. Lamí su sexo saboreándola, formando círculos sobre
su clítoris. Succionándolo y rozándolo con los dientes mientras le introducía el
dedo índice y el corazón en su interior y Alfonsito me taladraba
incansablemente. Con la mano libre subí la potencia del falo demoledor, y con
la que estaba en su interior jugaba incesantemente con la zona rugosa de su
vagina. Me acariciaba la cabeza, agarraba mi pelo y sus caderas bailaban arriba
y abajo buscando mi lengua vivaracha. Alfonsito cumplió su cometido y volví a
estremecerme con otro orgasmo, mientras succionaba como podía su clítoris hasta
que noté como en su cuerpo brotaba la electricidad de nuevo dejándonos exhaustas.
Ella me beso lánguidamente, se dio la vuelta y calló a plomo boca abajo en el
colchón.
Y aquí estoy, admirando como unos pocos rayos de sol que
entran por la persiana dibujan su silueta. Sin poder quitarme esta sed infernal
que tengo y volver a saciarme con su humedad.
Puede, que le de la vuelta y vuelva a hundir mi cara entre
sus piernas. O puede que haga jugar a Alfonsito esta vez su interior. Igual así
consigo que se despierte.
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